Los industriales Piazza

Por Prof. Omar Antonio Daher

Especial para EL TIEMPO

Allí cuando el siglo XX -«problemático y febril», según Discépolo- alboreaba, con rayos de progreso infinito, se perfilaba con presagios sombríos de «sangre, sudor y lágrimas».

Sangre de los pueblos masacrados por las guerras; sudor de los explotados de la tierra; y lágrimas del sempiterno, en el camino de los avances y retrocesos cíclicos de la humanidad, llega como mesías del progreso industrial azuleño una familia piamontesa: «los Piazza».

Sirvan estas palabras como prólogo para recordar aquella investigación realizada como trabajo del Profesorado Secundario -actualmente denominado Instituto de Formación Docente 156 «Palmiro Bogliano»-, por quien, bastante antes y en los inicios de esta Casa de Estudios que es orgullo azuleño, fuera nuestra compañera de claustros: María Cristina «Tina» Casamayor de Minviele.

En ciento diez ilustrativas páginas la investigadora desarrolla un trabajo serio, documentado y con aportes testimoniales de la acción de los «industriales Piazza» en estos pagos centrales de la pampa húmeda.

Como corresponde a toda investigación histórica, la autora comienza pintando el panorama de la inmigración en nuestra Patria y sus efectos sociales.

También, sucintamente, se refiere a la colonia italiana y al aporte que brindó a nuestra sociedad; tanos que, entre otros, vinieron a «hacer la América.»

El italiano está siempre «haciendo algo»; y, digo yo, no es la quietud y la contemplación su composición espiritual esencial. Lo sé por experiencia familiar, testimoniada por tres abuelos de esa bella tierra y por todos los natos en los suelos del Dante, que no supieron de limitaciones en su infinito «laborare». Tanto norteños, centrales como sureños.

Yendo al grano. No pretendo hacer una síntesis de la investigación, sino más bien un recorrido fugaz por sus páginas para ejemplificar cómo, partiendo desde abajo, se puede llegar alto; y en qué forma la inteligencia y el esfuerzo lograron la integración de actividades industriales simples a un complejo fabril ejemplar: los Piazza siguen siendo un ejemplo a imitar.

Todo empieza con un matrimonio (Piazza-Rizzo) que, en 1870, durante la Presidencia de Sarmiento, decidió instalarse en este pueblo de Azul, más ganadero que agrícola y referencia obligada de las luchas contra los dueños de la tierra. Recordemos que se da como fecha del fin del poder aborigen (los que están desde el origen), en el año 1878.

Ellos, me refiero a los Piazza, venían de Caraveggia, provincia de Novara. Indudablemente lombardos, gente particularmente industrialista.

Azul llevaba treinta ocho años de la fundación y estaba a un cuarto de siglo de ser declarada Ciudad. El tren no había llegado (ocurriría en 1876), aunque su población era bastante importante y su comercio floreciente. Quince mil almas formaban el poblado, quizá algún fundador aún sobrevivía entonces.

Don José Antonio, padre de siete hijos, muere de vuelta a Italia, hacia donde retornaba para buscar al resto de su familia, y, como lo que «no mata fortifica» según dicen, Lorenzo (el mayor de los hijos Piazza) inicia una modesta actividad de sobrevivencia: fábrica de velas de sebo, cerca del cementerio, en un modesto ranchito.

Hay pueblos que tiene aroma de personajes, familias, pioneros, fundadores, personalidades relevantes de su historia.

Azul huele a «los Piazza» en cada rincón. El «villino» de Burgos y Bolívar, la Galería Piazza, la casa de los Martínez, pegada al villino, el palacete de Piazza, la excurtiembre Piazza, la Avenida Piazza, la villa Piazza, el club Piazza, las quintas de los Piazza (Departamental de Policía, la Escuela 504).

Suelo decir que Mendoza huele a San Martín; Azul, entre otros aromas fuertes y deliciosos de su historial como ciudad y como comunidad, exhala, nítidamente, ese vaho vivificante de progreso del apellido Piazza. Podemos preguntarnos, en ese sentido: ¿Olavarría tendrá perfume de Fortabat y Tandil de Fulg?